Roadster 32

Dormir le fue imposible, aquella noche.
Su sueño más preciado había llegado,
luego de tantos años de intentarlo,
moneda tras moneda, mucho esfuerzo,
postergaciones varias y deseo
de tener esa joyita para sí.
Después de ocho años de yugarla,
de andar por tantas calles viendo y viendo,
un día, caminando por Zapiola,
pasando la barrera de Bernal,
oculto tras la reja de una casa,
debajo de un parral con hojas secas,
cubierto con una lona vetusta,
asomaba el paragolpes de su sueño.
Ahora hay que seducir al dueño,
se dijo Tito para sus adentros,
golpeó las palmas al no hallar el timbre,
aguardando, nervioso y muy atento.
Se corrió la cortina, en la ventana
y una anciana, entrecerrando los ojos
se preguntaba “quién será ese mozo
que me saca de mi tranquilidad…
Será, tal vez, mi nieto preferido,
aquel que no volvió de las Malvinas?
Será que Dios bendito habrá escuchado
mis rezos en las noches de silencio?
No creo, si está joven como entonces,
cuando partió a aquella guerra absurda…
Pero tal vez, si existen los milagros,
mi gracia haya sido concedida…”
La anciana se acercó hasta la reja,
intentando descubrir ahí a su nieto,
le buscaba la expresión en la mirada,
procuraba descubrir algún secreto.
“Buenas tardes”, dijo Tito muy nervioso,
“Soy de Lomas, mucho gusto en conocerla”.
“Sí, querido, te conozco, vos sos Beto,
el que se fue a la batalla, sos mi nieto…”
“No, señora, yo no soy y lo lamento,
sólo vine a querer comprar el auto,
ese auto que se vé allá a lo lejos,
y que tanto he buscado para mí…”
“Si tu abuelo aquí estuviera te diría
que ese auto lo guardamos para vos…
es tu herencia, es tu sueño desde chico
y allí espera, para que le des amor”.
“Pero no, yo solo quiero que lo venda,
que me firme el cero ocho y me lo llevo
porque cada día de mi vida laburante
sólo ese siempre fue mi gran deseo”.
“Pasá, Beto, que te hago un matecito
mientras tanto me contás sobre la guerra…
Me contaron que hacía frío en las Malvinas
y que pasaron hambre, miedo y porquerías”.
“Yo soy Tito, lo lamento, no soy Beto,
Solamente quiero que usted me lo venda,
diga un precio, se lo pago y me lo llevo…”
“Sí, Betito, tengo aquí los documentos
que tu abuelo te dejó cuando muriera,
tenés todo para que se te transfiera
y lo uses a tu gusto, cuando quieras.
Pero sólo pidió que algunas veces
vengas a visitar a tu vieja abuela”.
Y Tito lo pensó, profundamente,
no podía engañar a esa señora,
pero era tanta la ilusión, que ella tenía,
que podía acompañarla en su vejez.
Y asi fue que nuestro Tito muy contento
llevó a casa aquel Roadster 32,
reluciente, como nuevo, color negro
como siempre, cada día imaginó.
De esta historia ya han pasado cinco años,
y cada domingo a las seis de la tarde,
Tito, su mujer y sus dos hijos
a bordo del Ford A del treinta y dos,
tocan bocina en una casa de Bernal,
de donde se asoma una anciana sonriendo,
los acompaña hasta el patio del parral,
muestra fotos del abuelo fallecido,
y del auto, patrimonio familiar.
Y cuando anochece en Bernal, cada domingo,
se despiden de la abuela, prometiendo
volver allí a la semana siguiente
porque es promesa, se entiende,
porque la anciana presiente
ya a las cinco de la tarde,
que su Beto llegará, con su familia a la casa,
porque ella lo ha pedido
en sus rezos cada noche,
espera escuchar el coche
que le ha legado a su nieto
y agradece que sus ruegos
hayan sido escuchados,
“No estaré sola, mi Beto
el que ha vuelto de las armas,
me ha regocijado el alma
al volver a decir… nieto”.

Ar!

A la 1 de la mañana, me puse a leer un par de historias que, todavia, no habia leido. Te felicito Ar, sinceramente estan muy lindas. Abrazo.

Muchas gracias, Mariano.
Abrazo,
Ar!